miércoles, noviembre 09, 2005

Carta de Marrast a Tell

—Así que ya ves —le escribía Marrast a Tell—, para los demás no tendrá nada de extraordinario ocurre todos los días pero me niego a creer que se pueda explicar como quizá se lo explicarán tú o Juan o mi paredro contando las razones con los dedos de la mano izquierda y usando los de la derecha para hacer un gesto como de guillotina o abanico. No me explico nada, ni siquiera estar escribiéndote esta carta a tres metros de un juke-box; en realidad supongo que se la estoy escribiendo a Juan, previendo que se la darás a leer como sería lógico y justo y obvio le hablo por sobre tu hombro, que me tapa un poco su cara. Tengo tanto asco de mí, Tell, de este pub de Chancery Lañe donde estoy en el quinto whisky y te escribo y ahora que lo pienso no tengo siquiera la dirección de ustedes. Pero no importa, siempre puedo hacer un barquito de papel con la carta y botarlo al Támesis desde el puente de Waterloo. Si te llega ya sé, te acordarás de Vivian Leigh y de una noche en Ménilmontant cuando lloraste hablándome de un negro que había sido tu amigo en Dinamarca y que se mató en un auto rojo, y después lloraste todavía más porque te acordabas de las películas de entonces y del puente de Waterloo. A lo mejor esa noche estuvimos a punto de acostarnos juntos, me parece que muy bien hubiéramos podido acostarnos juntos y que todo habría cambiado tanto, o no hubiera cambiado en absoluto y a lo mejor ahora, desde un café de Bratislava o de San Francisco, yo le estaría escribiendo esta misma carta a Nicole hablándole de ti y de algún otro que ya no se llamaría Austin, porque Tell ¿cuántas combinaciones habrá en esa roñosa baraja que el tipo con cara de pescado está mezclando en la mesa del fondo? Mañana me vuelvo a París, tengo que hacer una estatua, creo que lo sabes. No hay problema, por desgracia soy recuperable; todavía me verás reír, nos encontraremos con mi paredro en el Cluny, aquí y allá con Nicole y con Austin y con los argentinos, y hasta podría ocurrir que tú y yo acabáramos acostándonos juntos alguna vez de puro aburridos
pero no sería para consolarnos recíprocamente, jamás se me ocurriría imaginar que podrías consolarte algún día de Juan con algún otro, aunque naturalmente lo harás porque todos acabamos haciéndolo, pero será otra cosa, quiero decir que no lo harás deliberadamente como quien cierra una puerta, como Nicole. Mira, si pienso que un día la baraja se da de una manera que nos junte en alguna cama de este mundo, lo pienso libremente y no por esto que me ha ocurrido ni por lo que pueda ocurrirte a ti alguna vez con Juan
lo pienso porque somos amigos y porque ya una vez cuando hablamos de Vivian Leigh en aquel café de Ménilmontant bien pudo suceder que acabáramos besándonos, siempre ha sido tan fácil para ti y para mí, siempre besamos con tanta facilidad a los que no nos quieren, porque tampoco nosotros nos querríamos, creo que lo sabes. Tengo que hacerte una confesión horrible: esta mañana la pasé en un parque. No lo creerás, verdad. Yo, rodeado de verde y palomitas. Todavía no había empezado a beber y hubiera sido mejor escribirte con el bloc en las rodillas, debajo de un castaño que era como un estúpido país de pájaros. Me había ido del hotel sin hacer ruido porque Nicole seguía durmiendo, yo la había obligado a dormir, comprendes, no era posible que siguiéramos hablando de todo lo que ya estaba tan hablado, entonces la obligué a tomar las pastillas y la ayudé a dormirse y me quedé todavía un rato mirándola y creo, Tell, esto te lo digo porque estoy borracho, creo que Nicole se durmió convencida de que no iba a volver a despertarse, alguna cosa así, comprendes, y antes de cerrar los ojos me miró de una manera que quería decir eso, una especie de agradecimiento inconcebible antes de morir, porque estoy seguro de que creía que yo iba a matarla apenas se durmiera, o que ya había empezado a matarla con las pastillas. Y era absurdo y yo estaba junto a ella y le decía tantas cosas, Nicole, oruguita mía, escúchame bien, no me importa que estés dormida o que finjas dormir, que andes tal vez por la ciudad o retengas esa lágrima que nace al borde de tus pestañas como nacía la primera escarcha, te acuerdas, al borde de las carreteras provenzales cuando todavía éramos felices. Te das cuenta, Tell, cómo la desdicha se complace infatigable en suscitar las imágenes mismas de todo eso que entonces
hasta que no se puede más
pero ya ves, Nicole dormía y no me escuchaba, y yo no quería que sufriera por los dos, por Juan y por mí, por la ausencia de Juan y por mi boca que todavía la besaba sin derecho, con esa fuerza insoportable que da el no tener derecho. Y le decía esas cosas porque ya no me escuchaba, y antes que se durmiera habíamos hablado casi toda la noche, primero para convencerla de que se quedara en el hotel puesto que yo iba a volverme a Francia y dejarle la pieza, pero ella insistía en mudarse en seguida a otra parte, parecía decidida a ser ella quien tomara por segunda vez la iniciativa, me cortaba la retirada y como si no le bastara mi abatimiento, mis esfuerzos idiotas por comprender, por empezar a comprender ese absurdo, porque no me negarás que eso no tenía sentido alguno y que la única explicación posible era tan pueril como esos dibujos para la letra B de la enciclopedia que se secaban en la mesa al lado de la ventana, y en ningún momento Nicole había negado que fuera la verdad, solamente me miraba y bajaba la cabeza y repetía hasta el cansancio lo que acababa de hacer, y era inocente y estúpido y cualquiera, hasta el imbécil de Austin, hubiera podido darse cuenta de que lo había hecho para alejarme, para obligarme por fin a detestarla, para borrarse en mi memoria o cambiarse por un recuerdo sucio, algo tan infinitamente tonto que hubiera podido tomarla en los brazos y ponerla boca abajo jugando como tantas veces, para darle unas palmadas antes de empezar a besarla como cada vez que habíamos jugado a las palmadas, a ti también te habrá ocurrido, está en todos los manuales especializados, máxime en los de Copenhague. Porque fíjate, Tell, todo el tiempo yo sabía de sobra que a ella no le importa Austin, que el único que contaba era ese que estará leyendo por encima de tu hombro
cómo te va, Juan
y si se hubiera acostado con ése yo me hubiera alegrado por ella, borracho y debajo del maldito castaño o en este mismo pub y ahora mismo me hubiera alegrado por ella y la hubiera dejado en paz también por ella, mientras que ahora, fíjate bien, Tell,
ahora es solamente por mí que me voy a ir, Tell, porque de golpe esa tontería, esa especie de acto gratuito que no tenía otra razón que la de desencantarme en los dos sentidos de la palabra, esa idiotez de la malcontenta que quería proporcionarme una razón valedera y exclusivamente mía para dejarla caer y mandarme mudar y sobre todo, sobre todo eso, Tell, sobre todo dejarme el buen papel, cargar ella con la culpa para dejarme una buena conciencia, ayudarme a salir del pozo y encontrar otro rumbo, de golpe se vuelve algo que ella no había podido prever, de golpe es al revés, de golpe eso la mancha en mí, no sé cómo decírtelo mejor con el maldito juke-box y esta cabeza que me duele hasta partírseme, la mancha como si realmente se hubiera acostado con Austin para engañarme, comprendes, o prefiriéndolo por cualquier razón, o por ninguna razón más que una frivolidad o el jazz de Ben
Webster,
te repito que la mancha como si de verdad hubiera querido engañarme y yo supiera en este momento que es una puta y yo un cornudo y así el resto, y no es así, Tell, desde luego no es eso ni es así, pero ahí entra en juego el resentimiento y eso no podía preverlo la malcontenta, me descubro tan convencional como cualquier otro, tan marido sin estar casado, y no le puedo perdonar que se haya acostado con Austin aunque me conste que lo ha hecho porque era lo único que se le ocurría, si hubieras visto su mirada estos últimos días, su acorralamiento, su contra la pared, si me hubieras visto a mí estúpidamente callado o solamente esperando, como si todavía hubiera algo que esperar cuando en fin, Tell, lo único que se le ocurría para que yo me fuera con la conciencia tranquila del que tiene razón porque lo han traicionado y se va y alguna vez se curará porque era él quien tenía razón mientras ella
En resumen, dos cosas: el resultado inmediato es el mismo, me vuelvo a Francia, etcétera. Pero si no fuera tan imbécil (ésta es la segunda cosa) debería llevarme conmigo la imagen de siempre, el recuerdo de la niña tonta, y en cambio la siento sucia en mí, la imagen está sucia para siempre, pero no es ella la que está sucia y lo sé y no puedo impedirlo, la mancha está en mí que no soy capaz de sacarme de la sangre todo esto que se deja pensar tan claramente, y es inútil que diga niña tonta, que diga malcontenta tonta, Nicole oruguita tonta, la siento sucia en mi sangre, puta en mi sangre, y quizá también ella lo haya previsto y aceptado, finalmente
pero entonces sería admirable, Tell, tú crees realmente que ella pudo prever que yo sentiría que era una puta, ¿tú crees que ella realmente? Fíjate que hablo de sentir, porque no es algo que se piense, está por debajo o en otra parte, pienso pobrecita y siento puta, entonces es el triunfo del infierno, ella no lo quiso así, Tell, ella solamente quería desencantarme porque me sabía incapaz de irme por mi cuenta, de aprender de una vez a dejarla sola, empezar la estatua de Vercingétorix y otra vida, otras mujeres, cualquier cosa pero como antes de las casas rojas. ¿Tú crees que realmente pensó que yo iba a matarla? Con la cara tan blanca, lo mejor de Ben Webster fue Body and soul pero ellos no lo oyeron, a la izquierda de la carretera, tendría que explicarte todo eso, Tell,
habíamos ido al cine la noche antes, habíamos
hecho el amor lentamente, acariciándonos tan-
to. Sus manos
no es verdad, sus manos no
mis manos solamente
mi boca
una espera amable, ella, una respuesta dócil
solamente una respuesta
y me bastaba me bastaba Tell
me bastaba así ya era tanto
Tampoco es verdad, te das cuenta de quien está
sucio, Tell,
y ella lo sabía y no era capaz de mentir, no sabe mentir, me lo dijo en seguida, entró en la pieza del hotel y me dijo Mar me acosté con Austin y se puso a juntar los dibujos sin mirarme y yo supe que era verdad y supe todo y por qué y quién tenía la culpa y vi de nuevo las casas rojas vi a Juan me vi como un vómito al pie de la cama y en ese minuto todavía era como ella lo había imaginado inocente acosada exasperada en el límite
en ese minuto como un cristal su acto de renuncia su llanto silencioso guardando los dibujos en la carpeta la carpeta en la valija la ropa en la valija queriendo irse ya mismo
Tell
su cintura, mis manos en su cintura, las preguntas, por qué, por qué, dime por qué, solamente por qué, el vómito hablando, pobre imbécil
el insomnio las pastillas su cara blanca este pub
el castaño el miedo Vercingétorix
Si volviera ahora al hotel la mataría
el castaño sucio de pájaros me duele aquí, Tell,
todas ustedes
putas todas con pájaros todas putas y yo un
hombre Tell con su ultraje salvándole el sexo
un hombre de verdad
mi pobre puta pobre pobrecita puta
un hombre a salvo con su puta dentro
un hombre porque puta
solamente por eso
y entonces puta entonces puta entonces puta
Creo porque es absurdo

Julio Cortázar, 62 /Modelo para armar